El ocho de enero de mil novecientos cincuenta y seis, Jaime Elliott, junto con otros cuatro misioneros, murieron a manos de algunos nativos de una de las tribus de las selvas del Ecuador, a quienes estaban tratando de alcanzar con el evangelio. Pero Elliott no consideraba que una aventura tan arriesgada fuera necia. Antes de ese día había escrito en su diario estas bien conocidas palabras: “No es necio el que da lo que no puede guardar para ganar lo que no puede perder.”

Elliott sabía que su vida terrenal un día acabaría, pero que la vida eterna nunca termina.

Le habla David Jeremiah animándole a que tome el camino a una vida nueva. Descubra la promesa de Dios de vida eterna . . . en su Minuto en la Biblia.